Caída profunda
De pie, frente al acantilado, con el agua a unos metros bajo mis pies. La brisa me rodeaba, quería elevarme, me sumerge en su ingrávido murmullo, me envuelve en su húmedo abrazo de una tarde de abril. Extiendo los brazos, queriendo abarcar el cielo, miro abajo y quisiera saltar. Para eso he llegado hasta aquí.
Ya pasé por
entre las cuevas, ya tuve que rasgar mis ropas y no menos mi cuerpo, entre las
estalactitas y las sales cristalinas. Ya llené mis pulmones con los aromas de
azufre y aguas subterráneas. Habiendo ya terminado el camino, te hablo a ti,
caída profunda, y quiero reservarme estos momentos, algunos segundos
tranquilos.
Sigo en pie, la
adrenalina me llena completamente, me sondea desde lo más profundo y me
absorbe, me obnubila, me aniquila lentamente con un intenso palpitar en el
corazón. Las sienes se disparan en un frenético baile de compás movido, el sudor
frío que sobre mi cara va cayendo, refresca la frente que arde activamente, la
cabeza retumba y el lejano repiquetear de las gotas, que caen entre las rocas,
me angustia cada vez más.
Así será la
caída, si me lanzo a los brazos de este vacío, que yace profundo frente a mí.
Primero un desgarrar despacio de mis piernas alejándolas del suelo, un impávido
silencio, que se rompe con unos cortos suspiros y, después de un momento, como
la gota que se deshace en átomos al caer al suelo, caeré yo así en las aguas
profundas de este abismo, el abismo que con un suave murmullo me convida hacia
él. Miro hacia abajo y quisiera asentir a la invitación, saltar, para eso he
llegado hasta aquí.
No hay un brazo
amigo que se extienda en pos de mí, ya no hay regreso ni camino, sólo aquel que
he recorrido. No hay punto de giro, estamos el viento, la roca, el agua, el
abismo y yo, soy yo y mis circunstancias. Si, el viento, la roca, el agua, tú y
yo. Miro arriba pidiendo auxilio, luego un suspiro, se rasga la roca cuando
dejo el suelo y salto hacia ti, para eso he llegado hasta aquí.
«UN
JOVEN SALTA EN EL TEQUENDAMA»
Mira, hoy
hablaron de mí, y yo ahora aquí prisionero para siempre entre los que no
quisimos vivir. Una cárcel labrada y cerrada por mí mismo, la llave da hacia mí
y no quiero abrirla, desde que salté hacia ti, abismo, no he caído, soy como
una roca en caída libre, hacia el vacío, un vacío infinito. Caigo y veo a los
otros que saltaron conmigo, que fueron cayendo a lo profundo, que no se
aferraron a un sentido o que, sencillamente, lo perdieron, somos los que ante
la presión sucumbimos o nos rendimos. Qué más da, ya saltamos hacia el abismo
buscando con ello existir y ahora estamos perdidos.
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