Un 13 de mayo



Empezaba a caer la tarde. Vestidos con sus jardineras azules con cuello rojo salían un niño y una niña, con apenas tres años, del jardín infantil. Él se llamaba Andrés y ella Valeria. Sonreían y batían sus manos para despedirse de sus profesoras, algunos últimos besos al aire y un caminar firme y decidido los conducía hacia la calle donde estaban las madres.

 La madre de la pequeña niña era la coordinadora de Matachos, el jardín infantil, y era una muy buena amiga de la madre del niño. Se conocían hacía más de diez años, desde el colegio y, habiendo compartido la infancia, la lonchera y el recreo, habían compartido también la alegría del matrimonio y de ser madres. Sus dos hijos mayores, el niño y la niña de los que hablábamos, tenían una mínima diferencia de edad, seis meses separaban a Valeria de Andrés. Dianny y Soraya, como se llamaban las madres, miraban con especial ternura a sus primogénitos que se despedían de sus profesoras y caminaban juntos hacia el Renault 4, donde los esperaban.

Era un viejo y fiel Renault 4, azul celeste, de principios de los ochenta. Dianny estaba al volante y Soraya conversaba con ella junto a la ventana del conductor, el hijo menor de Dianny, de escasos 15 meses, comía una sopa de pollo en su silla en la parte de atrás. Y mientras más se acercaban los niños, se dibujaba un cuadro típico de una tarde de mayo en Bogotá: el sol tenue que se va desvaneciendo, las luces que apenas se cuelan entre las nubes y el viento frío que augura lluvia al anochecer. Los niños que terminan sus estudios y dos madres de familia que se dirigen de regreso a su hogar.

Soraya les abrió las puertas y mientras Valeria subía por el lado derecho del carro, Andrés saltaba rápidamente hacia adentro por el lado izquierdo; cada uno de ellos había escogido sentarse detrás de su respectiva mamá. En el medio de ellos, el menor de todos los ocupantes del carro, sonreía mientras le seguían dando bocados de su comida de media tarde. El carro arrancó y circulaba por las distintas avenidas.

-         -  Mami, hoy aprendimos una canción, contaba Andrés con infantil alegría.
-         -  Si, una canción de la Virgen - confirmó Valeria.

-       Por ser mayo, y hoy el día trece, explicó Soraya, hemos estado enseñándole a los niños del jardín la canción de Fátima. ¿Por qué no le cantan a Nany la canción? –Nany era como Soraya llamaba a Dianny desde la infancia.

Mientras las calles avanzaban por las ventanas y el cielo naranja del atardecer se veía contrastado por algunas gruesas y oscuras nubes grises, los niños elevaron sus voces para recordar a la Virgen de Fátima. “El trece de mayo la Virgen María bajó de los cielos a Coba de Iria…”, sus trémulas y dulces voces se hacían poco a poco más fuertes y la alegría seguía llenando todo el momento. Repetían los estribillos, se equivocaban en algunas ocasiones, Soraya les ayudaba con la siguiente parte y el canto se elevaba cada vez más alto.

El carro seguía avanzando y al llegar a un cruce de cuatro calles, disponiéndose Dianny a seguir de frente, se escuchó la voz de Soraya: 
-          No Nany, por ahí no, gira a la izquierda.

Un profundo silencio embargó al vehículo. Un corto momento que, paradójicamente, alcanza a durar eternidades. Un instante donde el tiempo parece detenerse y el silencio nos prepara para algo inesperado; dura lo que un suspiro y cambia la vida para siempre.

Al escuchar la advertencia de Soraya, Dianny dudó por un momento y corrigió bruscamente el curso del vehículo, ella llevaba la vía y no se percató del Jeep Montero verde que había sobrepasado a alta velocidad la señal de PARE que estaba en su esquina. De un momento a otro la realidad vuelve rápida y súbitamente, para recuperar el ritmo perdido. El jeep golpeó el Renault 4 por su costado derecho y lo haría dar una vuelta y media.

Todo sucedió de un momento a otro, nadie lo esperaba, el silencio y el ruido luchaban cuerpo a cuerpo mientras las latas del vehículo chocaban y se hundían al golpe del asfalto. Quedaría el Renault sobre su techo, las ventanas hechas pedazos y algunos transeúntes se dirigieron rápidamente al lugar. El jeep se detuvo unos metros más adelante y su conductor pedía ayuda angustiadamente. El Renault, desde afuera, lucía como pérdida total, mientras poco se sabía de sus ocupantes.

La primera en recuperar la conciencia fue Dianny quien, en su maternal angustia, giró rápidamente para buscar a sus hijos. Vio a su lado a Soraya, aún con los ojos cerrados y con la frente ensangrentada, vio la sopa en el suelo, escuchó el llanto de los niños y su ansiedad no se disipaba. Tomó en su mano el brazo de Soraya y, mientras lo movía, pronunciaba repetidamente su nombre. “Soraya, Soraya…”; por fin despertó. Lograron salir con la ayuda de algunos voluntarios. Primero las madres y ellas mismas rescataron a sus hijos. Dianny los miró a todos, los cinco habían logrado salir. La única que tenía una herida era Soraya, una cortada en su ceja izquierda. El resto, todavía un poco turbados y con lágrimas en sus ojos, estaban sanos.

Hay momentos en la vida que no pueden explicarse con la misma lógica de todos los días, hay momentos en la vida donde la suerte o la casualidad no bastan para darles sentido, hay momentos en la vida donde pareciera que se levantan las reglas naturales y se uniera lo de abajo y lo de arriba, lo humano y lo divino.  “Un trece de mayo…”  el descuido que llevó a cinco personas a la deriva terminaba con dolor pero alegría.   “Un trece de mayo la Virgen María bajó de los cielos…” a Bogotá y su mano amorosa se vio cuando salvó cinco vidas. “Un trece de mayo la Virgen María bajó de los cielos…” y salvó mi vida; yo soy Andrés y sé que la Virgen me salvó ese día.



Comments

Anonymous said…
Esta vez el Sol bogotano, como en Fátima, no bailó, la cabina del vehículo fue la que se agitó. En los niños las huellas nos vienen a contar que en Bogotá, el milagro también ocurrió. Gracias Andrés.
Anonymous said…
Como en Fátima, el Sol bogotano no fue el que bailó, sino el vehículo fue el que se agitó. Las huellas en los niños nos vienen a contar que el Milagro en Bogotá también ocurrió. Gracias Andrés.

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