LA AUTONOMÍA Y LA LIBERTAD POSEÍDA (Entrega 3 de 4)


En este documento no es posible hacer un desarrollo más amplio de la antropología educativa que se requiere para la educación moderna y una nueva propuesta educativa cristiana, sin embargo, al respecto, se puede encontrar la tesis La educación es comunidad (Salas Dorado, 2010) en la cual, los primeros tres capítulos, fueron un desarrollo de esta visión antropológica.

En la disciplina y la aproximación desde la autonomía es donde encontramos una gran diferencia entre esta propuesta y la que plantean las comunidades liberales, hay una separación en el debate sobre la autonomía que no ayuda a avanzar. Para los liberales, al igual que todo pensador de la educación, existe la búsqueda de la mayor felicidad del ser humano, el provecho de su vida, razón por la cual se hizo, en la educación, de la autonomía un fin en sí misma. «La autonomía es central para la teoría liberal pues es aquella sobre la cual se sostiene la provisión de la educación pública» (Kerr, 2002, p. 13).

Para entrar a debatir sobre la autonomía se debe apelar a las discusiones antes expuestas sobre la naturaleza humana y la antropología integral que definen, necesariamente, el camino de la discusión. La naturaleza antecede toda decisión en el campo de la comunidad, en la medida que es la revelación más clara de los deseos y anhelos más profundos del hombre, la acción debe entonces auto determinarse hacia ella, gozando del señorío sobre las acciones.

Uno de los autores con mayor fuerza en el debate de la autonomía es Alasdair MacIntyre  donde en líneas generales plantea que el ser, es lo que quiera ser, y tiene la total capacidad de cuestionar todo aquello que se ha puesto como mecanismo sociales contingentes a su existencia. (MacIntyre, 1987). La libertad poseída es el resultado de la opción por el bien, no como una idea restrictiva y limitante, sino como la regla única sobre la cual se marcan las dinámicas del espíritu.

Son distintos los autores que plantean ideas sobre la autonomía, las conclusiones se toman de los textos citados por Kerr en su artículo Conceptions of Autonomy in Education. El primer planteamiento es sobre Dearden y la posición frente a la autonomía con sus planteamientos de la propia actividad de la mente, para este autor «El valor primario de ella es intrínseco» (Kerr, 2002, p. 15). De esta forma la felicidad y plenitud se encuentra cuando de las acciones venga toda la plenitud.
La verdad y la moral no son necesarias para una verdadera autonomía. Se necesita crecer, únicamente, en un conocimiento personal. Para Dearden el ser humano autónomo se explica en que «lo que él piensa o hace en áreas importantes de su vida no puede ser explicado sin una referencia a la actividad de la propia mente.» (Kerr, 2002, p. 15). Toda decisión humana pasa necesariamente por un proceso mental sin embargo se limita a esta esfera de lo cognitivo la decisión que cada uno tome, así si para mi estructura mental mi acción está justificada, la acción es autónoma y por ende válida.

En las posicione de Strike desarrolladas en Educational Policy and the Just Society se basa fundamentalmente de la idea de justicia social de Rawls y así plantea que los estudiantes como cualquier otro tiene el derecho a la autonomía porque son responsables de sus acciones. El ser humano es constituido como un fin en sí mismo, y son agentes morales que son responsables de tomar decisiones por ellos mismos y hacerlo de forma inteligente en su propia forma y actuar con respeto frente a otros. Un agente moral tiene de esta forma el derecho de pedir espacio y recursos para tomar sus decisiones. Existen por ende espacios donde puede actuar, lo público y así la autoridad tiene entonces esferas de conducta y creencias sobre los cuales los individuos podrán desarrollar su autonomía.

Cada persona, según la perspectiva de Strike, tiene el derecho a: auto determinarse (libertad de elegir creencias, estilo de vida etc.) el derecho a participar en elecciones colectivas y libertad psicológica. El derecho a la autodeterminación no hace posible de unir las voluntades o las personas, con una libertad supeditada a los deseos de cada creencia, todo es posible y por ende se va disolviendo la capacidad de crear sociedad. El hombre entonces no es libre sino que se convierte en un esclavo y prisionero de sus propias ideas, de sus concepciones, sean estas erradas o no. De ahí por qué la creación de comunidad en el liberalismo termina siendo unida por apenas algunos rasgos de humanidad, tan poco sustanciales, que se quiebra y deriva en la crisis social que se ve hoy en día. La auto determinación, la auto regulación, es peligrosa cuando la regla no ha pasado por un proceso de humanización.
La autonomía debe ser un concepto de grado. Estos grados sin embargo no son explicitados. No se conducen por una senda clara, nuevamente dejando un espacio abierto sobre la virtud que debería marcar el ritmo de la autonomía. Una falta de madurez puede suplir el derecho al voluntarismo. Para el autor la madurez  es una capacidad general de descubrir o elegir un conjunto racional de metas, necesidades, e intereses y hacer elecciones que las sobrepasan. (Kerr, 2002)

Ante la autonomía entonces la libertad (palabra cada vez más desvirtuada en el uso diario y con una conceptualización fragmentada y sentimental) que se convierte en un pilar fundamental para una antropología integral y el alcance que tiene la propuesta del hombre educado. Porque hablar de autonomía es un principio que impide la realización verdadera del hombre, auto norma, si el hombre busca su propia norma se crea un mundo de islas, aisladas, sin un factor de unión, por eso ante la autonomía la libertad, y una libertad poseída.

Para alcanzar el desarrollo integral y pleno de la persona humana esta debe optar libremente por acoger el Plan de Amor de su propia vida, es el manual preciso para la vida en su plenitud máxima. La verdadera libertad es la elección, inalienable a todo ser humano, de poner todas sus facultades al servicio de su propia naturaleza y condiciones y en sintonía con lo bueno y razonable. En la medida que las elecciones y opciones del ser humano respondan rectamente a los dinamismos fundamentales, el ser humano empieza a poseer esa libertad, se adueña y se hace señor de ella, convirtiéndola de una respuesta caprichosa y autárquica en una libertad que lleva a la plenitud, poseída, en acto, respondiendo así en la acción al hecho humano.

La libertad se entrega a la Verdad, la Verdad sobre el ser humano y su ontología, la Verdad que sobrepasa las otras y ordena el corazón. El libre albedrío es inalienable, la libertad, por el contrario, dadas las opciones y acciones que tome el individuo, puede ir desvaneciéndose hasta casi perderse cuando su concepción es totalmente errada. El concepto de libertad no puede ser discutido bajo el giro lingüístico o la construcción social, la libertad existe así no sea nombrada o entendida. El problema surge cuando es disfrazada de antónimos de ella, de esclavitudes camufladas pues, en últimas, si sólo en la libertad se despliega el ser humano, en una libertad errada no se da este despliegue y se permanece en la sombra del capricho y el gusto, en una vida inauténtica. La libertad es un don y por tanto exige, exige una respuesta generosa y copiosa de aquello que plantea para existir.   La libertad verdadera, poseída, que por la voluntad es conducida hacia los dinamismos fundamentales empieza a crecer y fortalecerse.

La libertad se complementa de la formación integral en la medida que el ser se hace consciente de los agentes alienígenos que se encuentran en su interior y exterior. Aquellos que no hacen parte de la naturaleza y cuya claridad al nombrarlos y categorizarlo permite revelarlos más fácilmente y así actuar contra ellos. El ejercicio consciente y habitual que opta por la libertad conduce al hombre hacia su mismidad y es en esta opción donde existe la verdadera libertad.

La libertad, inalienable, puede entonces ser olvidada, puesta en cautiverio por los caprichos y búsqueda de lo finito como el placer, el poder o el tener. La inseguridad del ser humano, ante la magnitud de la responsabilidad de la libertad, lleva a desestimar su valor y a poner toda su valoración en algo meramente utilitario y eficaz. Se crea una libertad a la medida que satisfaga la necesidad del momento y no una constitución ontológica del ser humano; la autonomía es un caso concreto de esta realidad. Se es persona formada integralmente y ser humano a plenitud cuando la libertad se une, día a día, a los dinamismos fundamentales. Es así como la libertad, don gratuito y no derecho adquirido, se convierte en la forma más clara de conseguir el amor para el cual ha sido creado el hombre. Las relaciones básicas entre Dios, los otros, la creación y la persona consigo misma se vieron alteradas una vez la libertad se usó como timonel de una causa distinta a la naturaleza.

El ser humano tiene una tensión permanente hacia el amor, pero no es una tensión es más bien una invitación. El señorío viene entonces en un sentido doble, por un lado la entrega generosa a los dinamismos fundamentales y por el otro la libertad poseída que se conduce hacia el Creador, artífice de esos mismos dinamismos. La fuerza de la libertad proviene de la autodeterminación del hombre hacia el bien que es, en últimas, lo razonable y profundo de la naturaleza humana.

Esta respuesta libre del ser humano, se convierte en punto fundamental para alcanzar la formación integral. Los esfuerzos son en vano, se trabaja sin certeza cuando el mismo hombre opta por la limitación de sus capacidades. Un corazón que no ama, no quiere, un corazón que no ama la formación, no querrá ser educado. El triunfo del tiempo moderno y la cultura actual es la capacidad de arrebatar lo vital y constitutivo de los conceptos que conviven con la realidad humana, la libertad es un gran ejemplo de ello. Es por eso que «La libertad implica siempre aquella capacidad que en principio tenemos todos para disponer de nosotros mismos a fin de ir construyendo una comunión y un participación que han de plasmarse en realidades definitivas, sobre tres planos inseparables: la relación del hombre con el mundo, como señor; con las personas como hermano y con Dios como hijo.» (Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Puebla - Conclusiones III Asamblea, 1979, p. 322).

Una de los puntos donde más se distancia la propuesta liberal sobre la autonomía de nuestra propuesta de la libertad poseída es la concepción que se tiene acerca de la autoridad. El Papa Benedicto XVI lo expone de manera clara la « denominada educación anti-autoritaria no es educación, sino renuncia a la educación» (Benedicto XVI, 2010); es renuncia a la educación pues se desestima cualquier tipo de influencia externa o intento por proponer una mirada distinta a la del individuo. La libertad poseída, por el contrario, entiende que la apertura al otro, la verdad puede también manifestarse en el otro, la libertad poseída ve en la obediencia y la escucha expresiones concretas de la naturaleza humana, pues entiende que la «verdad se logra no sólo por vía racional, sino también mediante el abandono confiado en otras personas, que pueden garantizar la certeza y la autenticidad de la verdad misma. La capacidad y la opción de confiarse uno mismo y la propia vida a otra persona constituyen ciertamente uno de los actos antropológicamente más significativos y expresivos.» (Juan Pablo II, 1998, p. 33)

La relación dialógica con el otro me permite ir encontrando cada vez más asideros sobre los cuáles sostenerme. Ante la construcción endeble de la autoafirmación surge el encuentro con el otro, con mi semejante, que me ayuda a disminuir el miedo a no encontrar el camino correcto a seguir. La autonomía parece ser una respuesta a un temor por perder la libertad, por el miedo a descansar en una Verdad absoluta y concreta se opta por cortar las “amarras” y se va haciendo de los estudiantes unos barcos a la deriva.

En la propuesta sobre la autonomía como objetivo de la disciplina y la educación liberal la libertad se constituye a sí misma en una palabra talismán, cuyo origen no termina de entenderse, se le impone un valor errado y por último se piensa que se pude perder. Como mencionamos anteriormente la libertad es un don inherente a la naturaleza humana y más que perderse lo que puede es opacarse y no responder a su naturaleza auténtica. La educación debe convertirse en un espacio donde la persona pueda ir descubriendo el valor auténtico de la libertad para así poder hacer un mejor uso de ella.

John Locke, filósofo liberal del siglo XVII afirmaba que «la estima y la desgracia son, entre otras, dos de los más poderosos incentivos para la mente, una vez se ha logrado liberarlos. Si logras hacer que un niño el amor al crédito, una aprehensión de la vergüenza y la desgracia , has puesto en ellos el verdadero principio, que trabajará de manera constante para inclinarlos hacia el bien. De ahí surge la pregunta, ¿Cómo podré hacer esto?» (Locke, 1909). La tarea de la educación y la disciplina era poder introducir en la mente del estudiante el temor por la autoridad y que la disciplina solo se conseguía en la medida que se controlaban las ideas del estudiante. Sobre estas bases se va creando el modelo educativo actual donde, si bien se prescinde de la autoridad explícita se le ha dado el control a otra forma de autoridad, el relativismo, que controla cada vez más la mente de los estudiantes y « La pequeña barca del pensamiento de muchos […] ha sido zarandeada a menudo por estas olas, llevada de un extremo al otro.» (Ratzinger J. C., 2005) Llenando así a los estudiantes de temor, inestabilidad y angustia.

Uno de las ideas que debe salir de la mente de los estudiantes y de la misma concepción de la autoridad escolar es pensarla como mala o contraproducente. Dentro de la propuesta filosófica de la libertad poseída, para la educación, la autoridad en sí misma no lleva a un autoritarismo y no se desea que así lo sea. Se debe procurar una autoridad justa, sustentada en la verdad, que no sea subjetiva o inauténtica, una autoridad que se sustenta en el diálogo pero que entiende también la posición de cada uno de los miembros de la comunidad educativa. Es así como, el aceptar la autoridad, se convierte en un acto de confianza en el otro y, para quien la ostenta, un servicio concreto para la comunidad educativa. 

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