PROPICIAR EN EL ENCUENTRO, EL CUIDADO DE LA COMUNIDAD EDUCATIVA (parte 4 de 4)


El ser humano es una persona abierta a la comunicación, dispuesta al encuentro con los demás, busca respuestas, asume retos, se presenta al otro como un similar, su semejante. Se abre al encuentro permanente buscando el diálogo y la comunión, hay un dinamismo propio de esta realidad, el dinamismo del encuentro. El uso recto de la libertad conduce a un encuentro más profundo y auténtico, el espíritu que exige el despliegue solo se entiende si existe en el tiempo de los hombres, es un discurso de hechos en vida. Al acercarse a la formación del ser humano y si este, como ser es valorado rectamente y observado en su dignidad, propia de su naturaleza, se encuentra el movimiento constante de su interior hacia lo infinito y perdurable. Hay una búsqueda permanente de amistades auténticas, sinceras, hay una búsqueda de saber quién es el yo para el otro. Incluir estos dinamismos en la tarea de la educación es fundamental.

Un camino individual, separado de toda unión moral o ética, con un filtro constante del gusto personal y los compromisos “libres” conduce al hombre a entretejer máscaras que llevan a un encuentro que no edifica entre personas. Si por el contrario en la educación se van dando los espacios para una libertad poseída donde la dignidad del ser humano y su valor provenga, de sus individualidad y recta apreciación de dones y capacidades, es posible empezar a pensar en una formación integral. La valoración y observación de la vida del ser humano como un algo o como una creatura más, lleva a las respuestas del tiempo de hoy.

El proceso de formación debe ser entonces un espacio propicio de encuentro de seres humano que se entienden a sí mismos como personas. Persona significa dignidad, dignidad que viene por ser imagen y semejanza de Dios, ser valorado y valorar de todas las dimensiones del hombre, implica además entenderse como parte necesaria de un todo, de una comunidad particular, la educativa o universal, la humanidad entera. Es así como, el espíritu de ser humanos, une en voluntad, afectividad, conciencia, libertad poseída y responsabilidad. El hombre, ser para el encuentro, debe entregarse continuamente, donar todo de sí para apostarlo todo por su corazón y los dinamismos de su naturaleza, una entrega permanente que vaya constituyendo la comunidad. Sin dejar a un lado que «la persona, en particular, es el ámbito privilegiado para el encuentro con el ser y, por tanto, con la reflexión metafísica» (Juan Pablo II, Carta Encíclica Fides et Ratio, 1998, p. 127) No se puede prescindir de la metafísica, ni negar su existencia - nuevamente no entenderla o no nombrarla no quiere decir que no pueda ser encontrada que no exista y que no deba ser vivida- sencillamente porque hace parte fundamental de la misma persona y su propio misterio, en la educación, no puede ser encontrado únicamente desde el campo de la razón. La filosofía educativa debe alcanzar estados metafísicos.

La comunidad no es entonces una mera instrumentación o una construcción ficticia que acomoda de forma ordenada al ser humano. No es una construcción para el desarrollo de ciertas habilidades; la comunidad es parte de la misma naturaleza humana, es extensión y despliegue de sus dinamismos, es un reflejo auténtico de la naturaleza humana que es bio-psico-espiritual. La comunidad es entonces un vínculo y unión entre seres que comparten una naturaleza. Si pensamos la comunidad como un mero instrumento la hacemos perder su propio misterio y posibilidad de respuesta a los anhelos del ser humano. Solo un caminar en comunidad y un cambio plasmado entre varios seres tiene un efecto válido sobre el mundo, el caminar solitario que no se comparte llega a la muerte por su propio egoísmo. 

El ser humano, buscador de la verdad y del bien, lleva consigo la responsabilidad de propiciar espacios  y encuentros con la verdad. A la educación, en los últimos años, se le ha delegado la función de formar al ser humano como ser integral, ya no basta la formación de las capacidades cognoscitivas o sus conocimientos generales, la educación debe entender y ofrecer el todo, así sea una exigencia y demanda que desborde sus capacidades actuales. La educación educa al sujeto, al individuo que se acerca a ella, pero por extensión debe servir como escuela de la familia, la comunidad primaria por naturaleza y ejemplo vivo de formación.

Aquello que marca la libertad es el bien absoluto, que implica una renuncia. La teoría de juegos en economía plasma un ser humano que necesita de la cooperación para alcanzar el bienestar social, el óptimo de Pareto, si así es para las situaciones económicas y los beneficios cuantitativos cuanto más para alcanzar las virtudes fundamentales y por ende la plenitud de la cultura en la naturaleza humana. «Es en el plano del Bien Absoluto en el que siempre se juega nuestra libertad, incluso cuando parecemos ignorarlo… Inmensa responsabilidad que es otro signo de la grandeza pero también el riesgo que la dignidad humana incluye.» (Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Puebla - Conclusiones III Asamblea, 1979, p. 110). El libro del Eclesiástico provee la razón de ser de la escogencia del hombre y como en su grandeza puede optar por la sombra de la mínima elección, «Al principio el Señor creó al hombre, y lo dejó a su propio albedrío. Si quieres, guardarás los mandamientos, y permanecerás fiel a su voluntad. Él te ha puesto delante fuego y agua, extiende tu mano a lo que quieras. Ante los hombre está la vida y la muerte a cada uno se le dará lo que prefiera» (Eclo 15, 14-17). (Biblia de Jerusalén, 1998, p. 1016).

La libertad es optar por el recto ejercicio de las facultades humanas y la opción por saciar, verdaderamente, el hambre de infinito que surge en el espíritu. En la educación y formación integral del hombre educado se debe invitar a la conciencia del ser sobre su propia grandeza y a responder con fidelidad al claro llamado que hace su propia ontología. Una recta antropología en la educación permite que sus dinámicas de formación integral sean apropiadas por cada ser humano en sus acciones diarias. El ser humano se descubre como tal en la opción por la libertad, no se le forma para ser quien es, se le invita a contemplar y responder según lo que descubre en su interior, de esta forma la educación debe ser espacio de reflexión e interiorización donde las dinámicas externas cooperen con el ser humano y le permitan de lo exterior cuestionar lo interior y de la profundización despegar hacia afuera con total conciencia y generosidad.

Con una recta sincronía del corazón, la mente y el cuerpo se va llevando al discurso de los hechos concretos. La plenitud del hombre educado, se puede observar, cuando en pequeñas opciones responde integralmente a su naturaleza. Si la educación carece de esta mirada integral del ser humano, no puede dar de aquello que no tiene, en la educación, y en los miembros que la componen, se le ha confiado la misión de permitir al hombre desarrollarse cada vez más según sus capacidades. Solo la plena conciencia del misterio y riqueza que anida en toda la unidad del ser humano es posible llevarlo a este al pleno desarrollo.

Esta nueva forma de aproximarse a la comunidad, dadas las dinámicas de la institución educativa, se verá plasmada en la vida social y de esta manera se podrá vencer la idea que «Solo los fines democráticos tienen la posibilidad de servir como un profiláctico para los ciudadanos y los colegios contra la erosión de carácter y el aprendizaje de los esencial para una sociedad de consumo.» (Butchart, Ronald ; McEwan, Barbara, 1998, p. 40) Debido a que, trascendiendo los principios democráticos, la comunidad educativa se sustentará sobre los principios del diálogo y la reconciliación que permitirán al ser humano educado aproximarse de una manera más crítica y objetiva a la realidad, pues ha ido desarrollando la capacidad de encontrarse con el otro.

Al empezar un camino para el desarrollo de una comunidad educativa el encuentro de semejantes es el que va permitiendo cada vez más la formación mutua. «A través de un proceso de aprendizaje, de cometer errores, de corregir esos errores y así de ir moviéndose hacia la excelencia, el individuo empieza a entenderse a sí mismo en vía hacia algo, en la mitad de un trayecto.» (Bergman, 2008, p. 11) La tarea de la comunidad educativa es propiciar el  encuentro entre las partes de tal manera que este proceso de formación tenga como parámetro principal la caridad y la vivencia de las virtudes. Se buscan las virtudes pues, como bien lo señalaba Santo Tomás « La virtud es de aquellas cosas por las que se hace el hombre feliz o bienaventurado, puesto que la felicidad es el premio de la virtud» (Tomás de Aquino, 2012, pp. Cap. 57, Art 1, 2)

La necesidad de una comunidad radica en la acuciante realidad del desmembramiento de la sociedad así como de la comunidad básica de la sociedad, la familia. «Vivimos tras la virtud. Sin embargo el típico hombre moderno no tiene un “hogar” (tradición) en dónde aprender las virtudes.» (Bergman, 2008, p. 13). El colegio no debe convertirse en un reemplazo de la familia, por más que así lo deseen algunos padres modernos, sin embargo no puede darle la espalda a la realidad y, como tal, debe prepararse para ofrecer los espacios necesarios para la formación del ser humano, para alcanzar un hombre educado que pueda vivir las virtudes y entender las dinámicas de una vida, en sociedad, auténtica.

UNA PROPUESTA PARA LA DISCIPLINA EN LA COMUNIDAD EDUCATIVA


El objetivo central y hacia el cuál debe apuntar el desarrollo de la disciplina escolar en la comunidad educativa debe ser la de un sujeto educado con mayor libertad poseída. En este trabajo no se hará una propuesta sobre las prácticas pedagógicas concretas o un modelo curricular que permita alcanzar este objetivo, pero se propondrán algunas ideas generales que, respondiendo a la antropología del sujeto educado como ser integral y a la comunidad educativa, podrán servir como base para planes concretas en los planteles educativos.

La libertad poseída se convierte en un punto de encuentro de la pedagogía de la voluntad personal y, como tal, la evidencia de un sistema de virtudes personal que va madurando poco a poco. Entendida la unidad del ser humano como espíritu, psique y cuerpo, con una naturaleza humana que comprende su realidad de creatura hecha a imagen y semejanza de Dios, el fundamento del método pedagógico de la formación integral debe conducir a que el espíritu haga obedientes de sí a la psique y al cuerpo. Una pedagogía antropocéntrica – teologal, donde un hombre consciente de su propia identidad y de quién es, sigue el camino marcado por la contemplación del creador. En un mundo con gran tendencia a la dispersión la comunidad educativa y los espacios de formación debe proveer al estudiante la posibilidad de categorizar sus propias experiencias y, sobre todo, ser consciente del hecho humano.

El camino concreto para un mejor desarrollo del sistema de virtudes se da por medio del silencio donde, como medio concreto de contemplación y reverencia, el ser humano puede darse a la tarea de recorrer su ser, conocerlo, admirarlo y amarlo. El silencio se convierte en un lenguaje que permite un diálogo abierto del hombre con cada uno de sus componentes, profundizando en el conocimiento de estos y permitiéndose así una mirada más recta de sí mismo.

Al encaminar las virtudes hacia el bien, como un objetivo en sí mismo, el ser humano educado va poseyendo cada vez más su libertad. La libertad poseída se hace concreta en la disciplina pues el resultado de la misma es el recto obrar en las distintas situaciones cotidianas, aleja del desorden la voluntad. Al ir avanzando y profundizando más en la libertad poseída, la persona se abre cada vez más a la verdad, se hace más sensible a sus efectos y, de esta manera, se dispone más para la corrección. El ejercicio de las virtudes aumenta la sabiduría, y así los miembros de la comunidad educativa aceptan cada vez más la sana y caritativa corrección llegando incluso amarla.

Sin embargo hay que tener en cuenta que « los hábitos intelectuales especulativos no perfeccionan ni conciernen en modo alguno a la parte apetitiva, sino tan sólo a la parte intelectiva, pueden llamarse, ciertamente, virtudes en cuanto que confieren facultad para una buena operación, que es el conocimiento de la verdad (pues esto es la buena obra del entendimiento); pero no son virtudes en el segundo sentido, como si confiriesen usar bien de la potencia o del hábito. Pues porque uno tenga el hábito de la ciencia especulativa no está inclinado a usar de ella, sino que es capaz de conocer la verdad de aquellas cosas sobre que versa su ciencia, pero el usar de la ciencia adquirida depende de la moción de la voluntad.» (Tomás de Aquino, 2012, pp. Libro I-II; Cap. 57) Esta salvedad hecha por Santo Tomás, al tratar de las virtudes intelectivas como la sabiduría, nos recuerda una realidad que no se puede negar: el pecado. La libertad poseída requiere de la moción de la voluntad, la opción de la persona por adherirse y aceptar la verdad. Si se acepta la verdad, de manera constante, la naturaleza coopera y la gracia genera el avance virtuoso; sí, por el contrario, se rechaza la verdad, la gracia, que presupone la naturaleza, nada puede hacer.

Uno de los puntos de la pedagogía debe ser un encuentro profundo espiritual que se convierta en disciplina del espíritu. Este es un gran desafío frente a un mundo que se centra más en lo superficial. Devolviendo a los miembros de la comunidad al encuentro con su propia naturaleza y deseos, el llamado a vivir en comunión. La comunidad educativa se convierte en un espacio propicio para iniciar y despertar nuevamente esa ansia que existe por un encuentro auténtico del hombre con su creador, consigo mismo, con el otro y con la creación. Ante los problemas de una sociedad más dividida y cuya única forma de encuentro con el otro es el choque, el desarrollo de espacios concretos de encuentro personal y comunitario devuelve al miembro de la comunidad la noción de hacer parte de algo mucho más grande que sí mismo y en la cual juega un papel importante. Descubrirse en su grandeza e importancia para así  sobre pasar los obstáculos personales que algún sujeto pueda tener para el encuentro. 

La libertad poseída es un medio a la vez que es un fin. Por un lado se requiere de una libertad poseída para optar y avanzar en el sistema de virtudes mientras que, el avance en el sistema de virtudes fundamenta la opción por la libertad poseída. Un sistema de virtudes requiere de una pedagogía que remita al control de las facultades humanas, donde la naturaleza y nobleza del hombre prime sobre las ideas y deseos de la mente o el cuerpo. El camino ascético conduce a  un «fenómeno de la lucha, que también presenta de manera clara el aspecto interno y externo que le permite ser lazo de unión entre la acción educadora y el mundo psíquico del educando.» (García Hoz, 1946, p. 15).

El sistema de virtudes para la comunidad educativa puede sostener su propuesta pedagógica sobre la dirección de San Pedro. La cual puede entenderse como una escalera ascendente de las virtudes y en la cuales se va creciendo poco a poco, «En su Segunda  San Pedro[1] nos propone un camino concreto para alcanzar una vida cristiana genuina, fructífera y duradera. Se trata de una “escalera espiritual”.» (Pierce, 2010, p. 13). El avance en este sistema va asegurando la vida genuina. Una de las críticas recurrentes, por parte de los liberales, a las propuestas cristianas es su “cerrazón”. Es así necesario aclarar que, si el fin de la educación es permitirle al hombre conocer quién es y así proveer los medios que le permitan llegar a serlo, una escalera de virtudes, como la de San Pedro, conduce a la felicidad plena del ser humano, independiente de su credo. Así mismo el primer paso de la fe, que es el primer paso de la libertad poseída, se puede pensar como la confianza depositada desde el «yo» al otro o al Otro.

Todas las dinámicas pedagógicas en la concepción de la comunidad educativa deben mantener una dinámica de interiorización – exteriorización y exterior – interiorización (IEEI). Un proceso pedagógico que permita la contemplación y análisis reverente del interior, se va exteriorizando en ejemplos concretos, en acciones diarias que enriquecen la comunidad educativa. Así mismo las acciones externas de los miembros se convierten en alicientes para los demás para seguir adelante en su propio camino. La IEEI se marca además sobre el concepto de la caridad y la Verdad, el hombre necesita salir al encuentro del otro, al hacerlo, es con el otro que se encuentra y puede reflejar quién es. Del encuentro hay una irradiación mutua y por ende un enriquecimiento mutuo. El ser humano entiende su naturaleza cuando, además de sí mismo, puede ver a otros semejantes a sí que le recuerdan sus propias cualidades.

Una pedagogía integral debe contemplar la permanencia y disciplina dentro de lo encontrado, un sistema basado en la franqueza, cooperación, coherencia y constancia. No es suficiente una vida interior si esta no se refleja en la exterior, es un eco necesario de la existencia. Se debe basar sobre estos parámetros y conceptos pues son los únicos que forjarán de manera concreta la voluntad del ser. Así mismo la reverencia que se gana al aproximarse a sí mismo es la misma que empieza a dibujar en el otro el rostro del ser semejante que se convierte en hermano. El encuentro con la propia naturaleza se descubre en el otro y tal como se respeta el yo por sentido lógico se debe respetar el otro.

El fin último de la pedagogía en la comunidad educativa es la convergencia de la naturaleza humana con la acción concreta, es la explicita expresión externa de los deseos y dinamismos fundamentales de la persona. La pedagogía y sus resultados se observan en el señorío de la persona sobre sí mismo. Así mismo, la administración de la unidad integral, la pedagogía de la voluntad invita y conduce de manera práctica, clara, pero exigente, a la recta observancia de la naturaleza en todas las dinámicas que se tengan en el espíritu, la mente y el cuerpo.

El señorío es la autorregulación, el dominio tal de la persona que lo lleva a buscar la plenitud y el bien en los actos cotidianos. Es un camino de la disciplina y la ascética, que va conduciendo, necesariamente, a la mirada de la comunidad y el bien de la misma. Solo con una recta mirada se puede contrarrestar la idea que planteaba Amita Etzioni en su libro The Spirit of Community, y propuesta por Herman, «la visión comunitaria de la comunidad está menos enfocada en la preservación de los derechos individuos y más preocupada por el cumplimiento total de las obligaciones y responsabilidades hacia la comunidad.» (Herman, 2006, pág. 144). El recto señorío, lo más cercano que se encuentre de los dinamismos fundamentales del hombre, procura la felicidad de la persona y en la medida que todos los miembros de la comunidad tiendan hacia ella se encuentra la plenitud.

El concepto de la cooperación es fundamental, solo así se da una entrega generosa para que, entre toda la comunidad se desarrollen los concesos. Si todos van hacia un lado distinto, egoísta y solitario, no existe avance comunitario. Para la comunidad educativa y la pedagogía integral la invitación es a una búsqueda, mediante su libertad poseída, de toda su felicidad de tal forma que al encontrarse en lo profundo con su identidad más sincera, la irradie permanentemente, llevando a otros a esta misma autenticidad, IEEI.

El recto señorío replantea una idea de autoritarismo pues es la conducción plena de las acciones y la vida diaria a las demandas que tiene el hombre. El señorío no permite la búsqueda de placebos y sucedáneos para los dinamismos fundamentales, el ser humano integral, el hombre educado, es señor de sus acciones y las encamina por el bien, la bondad y la verdad. El señorío no es solamente una autorregulación, se construye mediante esta, sin embargo trasciende para convertirse en un estilo de vida que devuelve y recupera las fracturas y divisiones entre Dios, el otro, la creación y la propia persona. El espíritu gobierna cuando existe señorío y le revela al hombre su vocación más profunda como ser humano. El señorío es la exigencia a contemplar, continuamente, la naturaleza humana y las leyes que la gobiernan, mirando, necesariamente, al hombre pleno, el Señor Jesús; «el propósito de la Iglesia y la educación católica es convertirnos en pequeños Cristos.» (Lickona, 1997). Para alcanzar esta meta el ser humano ya no es un ente aislado, ahora su ser se complementa y coopera con el otro mientras « se alcanza [la semejanza con Dios] por la gracia que Dios derrama con abundancia.» (Pierce, 2010, p. 13)

Dentro de la propuesta pedagógica se puede proponer el desarrollo paulatino y la elaboración de planes curriculares que incluyan las virtudes y la formación de hábitos en las mismas. Para la recta pedagogía de la libertad y del libre albedrío podemos pensar, junto con Santo Tomás, que « En el mismo sentido se dice que la virtud es el buen uso del libre albedrío, a saber, porque a eso es a lo que se ordena la virtud como a su propio acto, pues el acto de la virtud no es otra cosa que el buen uso del libre albedrío […]Se dice que la virtud es el orden u ordenación del amor en razón de aquello a que se ordena la virtud, pues mediante la virtud se ordena el amor en nosotros.» (Tomás de Aquino, 2012, pp. Libro I-II, Cap 55.) La pedagogía, como se había desarrollado antes, debe procurar el recto ordenamiento del querer y obrar de la persona de tal manera que las acciones concretas vayan llevando a ver en el sujeto educado y cada uno de los miembros de la comunidad educativa, hombres y mujeres virtuosos que se conviertan en un ejemplo para el otro.

 Así las acciones concretas, junto con la gracia, permitirán a la comunidad educativa ir madurando. Un hombre virtuoso es, necesariamente, un hombre disciplinado pues tiene un recto ordenamiento de sus impulsos en torno a su ser más profundo y auténtico mientras se dirige hacia la verdad. Un ser virtuoso, además, estará protegido de las influencias de otras instituciones y sistemas, tales como el mercado.

El señorío es la sumisión de la acción humana y del sujeto educado al plan más claro de su vocación, el Plan de Dios y su llamado a vivir en comunidad. No es entonces un acto egoísta pues, como se verá más adelante, la comunidad requiere de esta respuesta fiel para alcanzar la plenitud de los otros miembros. A diferencia del planteamiento de Charles Taylor «El ser que ha llegado a la libertad poniendo a un lado todos los obstáculos externos e impedimentos no tiene carácter.» (Kerr, 2002, p. 13) El señorío habla de la libertad cuando el ser se entrega a la vocación de su espíritu, actuando y viviendo con los obstáculos y tentaciones, pero siempre sometido a la plenitud infinita del amor; trascendiendo así de todo lo que no es amor.

Dentro del sistema de virtudes liberal «se menciona, en general, cómo conducir nuestra propia vida. Pero no nos dicen qué fines debemos buscar entre todos.» (Stier, 2002, p. 6) Así mismo, cabe anotar, que los principios liberales sobre su sistema de valores promueve un ciudadano liberal pero se contenta con un alcance mínimo de sus objetivos. Esto va conduciendo a la multiplicación de liberales mínimos que constituyen una falla y un debilitamiento del sistema. La falta de una convicción concreta, así como la carencia de verdades sobre las cuales sostenerse, mantienen el sistema con vida, siempre y cuando no haya ninguna crisis « una crisis económica prolongada o una guerra difícil puede llevar a que los liberales mínimos (minimal liberals) acepten otra clase de gobierno, uno que les prometa una solución rápida a sus problemas… [Estos liberales] no son capaces de comprometer sus beneficios por el bien común.» (Stier, 2002, p. 14)

En la comunidad educativa se va alcanzando cada vez más la libertad poseída al ir madurando en ella, con la compañía de los docentes y las autoridades escolares (estás pueden ser directivas así como tutores asignados a los distintos estudiantes). En este estado de vía hacia la libertad poseída, se van dando bases de un diálogo que ayudarán a llegar mejores conclusiones sobre el prójimo, tener el espacio de entrar a entender la perspectiva del otro, de encontrarse con él, de escucharlo cada vez más, de saber hacia dónde está yendo. La libertad poseída es producto del autoconocimiento y de allí proviene la respuesta de la propia perspectiva. En el ámbito de la educación podemos pensar en reglas generales a la vez que pensamos en necesidades personales por eso el proceso educativo, dentro de la comunidad educativa, debe manejar siempre un componente comunitario y un componente individual.

Más allá de crear una política anónima donde la masa anula la individualidad el compromiso de la educación católica y de la filosofía católica de la educación es proponer, una comunidad de individuos donde todos son uno, pero cada uno existe en sí mismo. Somos convocados con nombre propio y en caso de estar perdidos somos buscados personalmente « Si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una de ellas, ¿no dejará en los montes las noventa y nueve, para ir en busca de la descarriada?» ( (Biblia de Jerusalén, 1998, pp. Mt 18,12) Razón por la cual la educación cristiana solo puede pensarse en clave personal a la vez que comunitaria.

En la comunidad educativa se da un encuentro de realidades, de misterios, de seres humanos. Es un espacio donde semejantes cooperan mutuamente para que cada uno pueda alcanzar la virtud, la perfección, el despliegue personal. Para cada uno, según sus propias capacidades y posibilidades, el avanzar en la escalera de virtudes y el fortalecimiento de la disciplina será más fácil o más difícil. Es por esta razón que la comunidad educativa debe entenderse como un espacio de diálogo y encuentro. El planteamiento de nuestra propuesta educativa debe sustentarse en la necesidad de la comunidad por parte de la persona humana y la necesidad de encuentro con la verdad que viene con el otro. La disciplina se va alcanzando en la medida que se logra un sistema concreto de retroalimentación educativa donde todos los miembros de la comunidad se comprometen entre sí para llevarse, unos a otros, hacia la plenitud.

La verdadera disciplina escolar hace concreta la generosidad pues, al salir de mí mismo y buscar al otro, al entregar de mí para que el otro tenga, renuncio a mis gustos para así entrar en comunión con mi semejante; abro mi corazón y así me hago disponible. El miembro de la comunidad educativa puede así conocer la dinámica del amor en la cual es mejor dar que recibir. Un hombre generoso, que es un hombre disciplinado y que sabe renunciar a sí, le dice al otro « “es bueno que tú existas” […] como Josef Piper ha definido la esencia del amor… [Para así] mediante el sí hacia el otro, hacia el tú, yo me recibo a mí mismo de nuevo y puedo decir sí a mi propio yo, partiendo del tú.» (Ratzinger J. , 2005, p. 93) De esta manera la propuesta disciplinar cristiana trasciende las fronteras de la institución educativa y le permite al hombre navegar con un claro timonel, la generosidad y apertura al otro, que no le permitirá seguir como barco a la deriva.

CONCLUSIÓN

La disciplina es uno de los desafíos más importantes de la educación actual, los planteamientos hechos hasta el momento, desde las miradas liberales y constructivistas, han tendido una serie de supuestos y aproximaciones al ser humano que han limitado su alcance y desarrollo en la verdad de su ser. En este artículo se ha definido el alcance de la propuesta educativa liberal, en el campo de la disciplina y más concreto aún de la autonomía, a la vez que se planteó una antropología del sujeto educado desde una mirada integral e iluminado por la filosofía cristiana.

A partir de la definición del sujeto educado se desarrolló un debate entre la autonomía y la libertad poseída, esta última como la propuesta filosófica y pedagógica concreta para aproximarse al problema de la disciplina, desde una filosofía comunitaria y cristiana de la educación. Para llegar por último a proponer la aproximación, desde una comunidad educativa, como el espacio propicio para el desarrollo de la libertad poseída, de un sujeto educado más señor de sí mismo, que procure avanzar en un sistema de virtudes. Se deja abierto así un camino para hacer nuevas propuestas sobre la forma de hacer concreta, en términos pedagógicos, el alcance de las virtudes por parte de los miembros de la comunidad educativa.

Esta comunidad educativa se convierte en un espacio de formación donde, el encuentro de distintos seres humanos permite la creación de relaciones que responden a la naturaleza auténtica del ser humano. La propuesta de la disciplina cristiana se basa en la caridad y la confianza como aspectos constitutivos de la antropología educativa y permite así crear comunidad y fortalecer la sociedad. Por medio de la relación mutua y el ejemplo entre los miembros de la comunidad se va generando una cultura social del yo y el otro para llegar así a un ser humano menos egocéntrico y más atento de la realidad de su semejante, para así «formar a las nuevas generaciones para que sepan entrar en relación con el mundo.» (Benedicto XVI, 2010).

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[1]  «poned el mayor empeño en añadir a vuestra fe la virtud, a la virtud el conocimiento, al conocimiento la templanza, a la templanza la paciencia activa, a la paciencia activa, la piedad, a la piedad el amor fraterno, al amor fraterno la caridad.»(2PE, 1 5-7) (Biblia de Jerusalén, 1998, p. 1799).

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