EL SER HUMANO EDUCADO DENTRO DE LA PROPUESTA DE LA DISCIPLINA CRISTIANA (Entrega 2 de 4)



Una propuesta educativa tiene, necesariamente, una visión concreta sobre el ser humano. Esta verdad es la misma para una propuesta liberal como para una propuesta cristiana. Es sobre la antropología del sujeto educado donde se encuentra la mayor parte de las divergencias. En esta sección se va a definir lo que, para esta propuesta de la disciplina, se entiende como sujeto educado y la antropología del mismo, planteado frente a la mirada liberal, para seguir preparando el camino para el argumento de la libertad poseída.

Una de las propuestas liberales de la educación la hace Naomi Hodgson quien, desde una aproximación económica y valorativa sobre el ser educado, responde a la pregunta de ¿Qué significa ser una persona educada? Ella empieza por catalogar esta pregunta como una de las más difíciles para responder. Hodgson «se aproxima desde una perspectiva de la persona emprendedora que se encuentra de forma recurrente en la educación europea». (Hodgson, 2010, p. 110). Esta honesta afirmación a la vez que alarmante, nos muestra al ser educado a partir de una sola realidad social, la economía. En este artículo, después de esta afirmación, la autora busca explicar la persona educada hoy en día, lo que sociedad hodierna entiende y valora como tal. No es, por lo tanto, una definición de un deber ser de la persona educada sino una descripción positivista de la misma. Sin embargo deja clara la influencia de un pensamiento posmodernista al incluir la definición de hombre de Foucault como ser económico y el cuál llega a «sublimar el lenguaje de la economía en relación con la educación y el ser. Lo que significa ser una persona educada es por lo tanto obtenido de un modo particular de la forma como se explica y entiende el ser.» (Hodgson, 2010, p. 111)

Si se plante la mirada de una empresa, como lo sugieren Hodgson y Herman, la educación se convierte en una inversión. Y la búsqueda de la formación como respuesta a los impulsos que mueven a los seres humanos a invertir en sí mismos, ese es el planteamiento del mundo económico. «La orientación requerida [en la educación] sobre el emprendimiento y los puntos de inversión es aquella que intensifica la economía como la racionalidad de organización y gobernabilidad» (Hodgson, 2010, p. 114) óptima de la sociedad. La vida se convierte entonces en una competencia permanente, el encuentro con el otro se convierte en un duelo de adversarios, la exigencia que el otro pone le exige al yo a dar más de sí, invertir más en sí.

Ante las  perspectivas liberales se hace necesario hacer una propuesta desde una nueva perspectiva antropológica y teológica, que tenga la conciencia de la profunda crisis sobre la identidad del ser humano y la búsqueda constante que este hace de una verdad que sostenga su existencia. Es necesario plantear una nueva antropología del sujeto educado que permita aproximarse a él de manera integral y que el resultado de su formación sea constituyente de su ser como ser humano. La mirada integral permitirá al hombre ir respondiendo con mayor claridad a los diferentes dinamismos que lo mueven internamente y podrá así ser una respuesta concreta, como ser humano pleno, a una sociedad y cultura que así lo necesita. El resultado y la meta a la que se debe llegar es el concepto del hombre educado un hombre formado para ser humano.

La educación de la persona de manera integral pone en evidencia y sobre la mesa la discusión sobre la completitud de la persona, ¿Qué se entiende por totalidad? ¿Qué se entiende como lo integral? Así mismo plantea un reto en sí mismo pues, es muy poco lo que se ha desarrollado, en términos de antropología y/o filosofía educativa, sobre una idea de un ser humano visto como un ser integral.
 En un artículo sobre posmodernismo y la educación de la persona total, completa, Paul Standish hace una importante división de las aproximaciones que a esta pregunta se han hecho. La aproximación a la persona como un todo “whole person” se da cuando nos negamos a entender la educación como una mera instrumentalización. Sin embargo existen preocupaciones sobre completitud y totalidad que pueden diferenciarse y deben diferenciarse para poder alcanzar una antropología de la educación más exacta y completa. Standish propone los siguientes conjuntos
           Tipo A: completitud se entiende en términos de la iniciación en las formas públicas de conocimiento y las formas como se entienden. El fin de esta educación es el hombre educado.
           Tipo B: completitud toma la forma de una integridad realizada donde somos racionalmente auto legislados, los arquitectos autónomos de nuestras vidas.
           Tipo C: amado por algunos planeadores de currículo, completitud se logra  por medio de la adquisición de paquetes de habilidades o competencias,
           Tipo D: completitud envuelve el desplegando la parte esencial del ser. Algunas veces es a través del descubrimiento, otras a través de algo como el crecimiento natural de una planta.
           Tipo E: Cada vez más desarrollado en educación pos obligatorio, completitud se alcanza por medio de la auto exploración. A través de compartir nuestras experiencias a través de consejos podemos llegar al todo y la auto satisfacción y plenitud, un desarrollo completo de nuestro potencial humano. (Standish, 1995, p. 122)

Existe una diferenciación conceptual que hace Standish y que sirve para la propuesta de la integralidad. Completitud y totalidad, ambas son ideas distintas, cada una se alcanza de manera distinta y la completitud aparece como la que debe primar (Standish, 1995). En la propuesta integral, teniendo como unidad básica la naturaleza humana y la disposición del hombre a entenderse como un todo, se acerca más a la idea de completitud, planteada en el tipo E que, sin embargo, se diferencia por la prelación del espíritu sobre el encuentro racional que se propone. La completitud parece mostrarse como una perfección, perfección que solo se consigue desde un completar o concluir los procesos que han sido empezados.

Las conclusiones y cierres de estos sistemas se limitan a ellos mismos, ciñen sus propias barreras y lenguaje. Si todo es visto como procesos, se puede pensar que todas las actividades tienen un procedimiento o forma correcta de hacerse. Y cada vez más partes de la vida del educando se ve succionada por este tipo de ideas (la automatización del ser humano, entenderlo solo como una maquina o una pieza que puede ayudar a hacer algo). La mirada del ser humano como unidad integral bio-psico-espiritual se sostiene sobre una base más clara que es, cada uno, en su mismidad, es único e irrepetible y si bien puede proponerse un camino la libertad del hombre es la pauta inicial para todo proceso de la pedagogía de la propia voluntad. Los espacios se pueden suscitar pero siempre la formación del hombre educado está condicionada al lenguaje personal, profundo y particular que debe tener él con su mismidad que es su identidad y su forma más personal.

Es fundamental entender que en el ser humano existe un dinamismo de permanencia que le pide permanecer en quién es y por ende debe existir una imagen previa a proteger. El ser no se construye, así como su conocimiento o su identidad, el ser  se encuentra consigo y permanece, se desarrolla, responde a un dinamismo profundo y real que le habla sobre la verdad de sí y su existencia. Es una conservación permanente de sí, una conservación del propio amor, es asumir la ontología de la persona y así el hombre educado es aquel que ha logrado ser fiel a su propia identidad. El hombre educado asume la identidad que su naturaleza le reclama y no aquel que construye con un parámetro individual y personal. No es una solución viable la construcción del ser sobre la arena y la subjetividad del gusto y disgusto, el ser humano es en su ser en la medida que avanza y logra contemplar y actuar dinámicamente frente a la propia misión y los dinamismos fundamentales que la sustentan.

La formación trascendente del ser humano se forja en un combate permanente por la autenticidad, que se hace concreto en el recto discernimiento de la verdad. Lo que revela lo verdaderamente humano reposa en lo hondo del corazón y se encuentra interpelado por la figura real y humana del Señor Jesús que es el parámetro del hombre educado, el hombre que se sabe formado y responde a su ser, permaneciendo.
La integralidad se pone como contraparte a la propuesta de completitud dado que esta última se basa en la idea de la carencia de un metavocabulario, un gran diseño (premisa eterna de los posmodernistas). Desde este punto Standish quiere pasar a hora a plantearse la idea de la persona total para la educación. (Standish, 1995, p. 128).  Sin embargo, para el ser humano y su constitución natural, si existe un lenguaje, un discurso interior que habla por sí mismo; es el lenguaje de la naturaleza y la mismidad.

La visión integral trasciende el carácter confesional pues la mirada integral del ser humano se convierte en una oportunidad de cimentar una antropología más concreta para los modelos educativos. El ser humano debe tener una aproximación unitaria e integral para poder tener una mirada amplia de su misterio. Limitar al sujeto educado a unas cuantas características, a unas cuantas capacidades y habilidades, conllevan a una educación desligada del día a día, de la misión de ser humanos. No se pueden desentender u ocultar sus componentes y dinamismos, la educación se debe obligar a la mirada integral para responder al desafío de la formación de personas.

El sujeto tiene estas partes constitutivas: cuerpo, alma y espíritu, y con ellas el ser solo puede entenderse como unidad, si bien existen separaciones, rupturas, desorden o desconocimiento de algunas de las partes, el ser humano no puede entenderse como solo su cuerpo, su alma o su espíritu, prescindir de una de ellas o más lo lleva a la muerte[1], y de la misma forma  sus partes no tienen sentido fuera de él. La única naturaleza es entonces la unidad y sobre ella debe enfocarse la formación integral. Un desarrollo integral, una formación integral que resulte en un hombre educado no puede prescindir, violentar o eliminar ninguna de estas partes so pena de reducir al hombre a algunos de sus componentes y por ende limitar su naturaleza y condiciones.

El pensamiento patrístico de la Iglesia católica ayuda a iluminar la mirada integral sobre el ser humano y así de su ser para la formación. San Ireneo en Adversus haereses V, 6, 1 propondrá que «No es que la sola carne creada sea de por sí el hombre perfecto, sino que es sólo el cuerpo del hombre y una parte suya. Pero tampoco sola el alma es ella misma el hombre; sino que es sólo el alma del hombre y una parte del hombre. Ni el Espíritu es el hombre: pues se le llama Espíritu y no hombre. Sino que la unión y mezcla de todos éstos es lo que hace al hombre perfecto.» (Fernández Jiménez, 1999). De esta forma la mirada integral del ser humano se hace presente, y se entiende cómo el espíritu reclama la fuerza de su semejanza. En la misma teología de San Ireneo de Lyon se encuentra una idea fundamental, el espíritu es aquel que da la forma y salva al ser humano, es la pieza imprescindible de la naturaleza, paradójicamente la más olvidada y cada vez más relegada de la cotidianidad y la educación secular.

La naturaleza humana es universal entre los hombres y así mismo particular e individual para cada uno según sus dones y cualidades. Existe un camino de plenitud para cada uno, no puede darse una lista compleja de tareas, habilidades, estrategias que deben desarrollar los hombres para responder a su ser. Las opciones cotidianas, en últimas, son resultado de un acuerdo que hace cada uno, sobre sí mismo y consigo mismo, de responder al máximo de sus capacidades y posibilidades de ser humano en el mundo. La opción por ser integral, por entenderse y formarse integralmente, recae en el interés de cada individuo, por lo tanto la formación integral tiene como primer motor a la misma persona. Si el ser humano, para su plena realización, no desea un listado de cosas complejas, puede encontrar su realización en algo sencillo pero muy exigente, amar.

La realización y desarrollo de capacidades del hombre se encuentra entonces fundada en la búsqueda de amar y ser amado, y por ende la formación integral debe fundarse en aprender a amar rectamente a la persona como individuo único e irrepetible y al otro que comparte la misma naturaleza. El yo y el otro se unen necesariamente en lo profundo de su naturaleza. Una cita previa del Papa Benedicto XVI lo planteaba claramente « para la persona humana es esencial el hecho de que llega a ser ella misma sólo a partir del otro, el «yo» llega a ser él mismo sólo a partir del «tú» y del «vosotros»; está creado para el diálogo, para la comunión sincrónica y diacrónica.» (Benedicto XVI, 2010)
El primer paso del conocimiento personal requiere de la interiorización de la realidad particular. Para ello, para contemplar con fe y razón el misterio que cada hombre es, se debe pensar en la unidad y la integralidad de todas las dimensiones que componen esa única naturaleza humana. Cada una de las dimensiones tiene su propio desarrollo integral, cada una con un lenguaje particular que el mismo ser está llamado a interpretar, conocer el lenguaje del ser debe ser un objetivo claro dentro de cualquier antropología educativa.

La forma concreta para definir este lenguaje es la pedagogía. La pedagogía tiene, en su labor fundamental, hacer concreta la formación de los hombres. Es la traducción más clara y el puente que se genera entre la antropología y las dinámicas educativas. Por ello ésta es un eje de la construcción de un mundo que se armonice con la naturaleza auténtica del hombre. «La pedagogía que carezca de respuesta a la pregunta “¿qué es el hombre?” no hará sino construir castillos en el aire» (Stein, 1993, pág. 3)

La recta pedagogía es aquella que logra elevarse en la contemplación del hombre y por ende, se convierte en una concepción del ser humano. Los resultados de la teoría pedagógica así lo muestran, es un afán por entender las dinámicas internas del ser humano, aquellas que le permitirán al hombre encontrarse con quién es. De esta forma, desde la antropología integral es necesario proponer una pedagogía integral.

La pedagogía vuelve a poner en evidencia la realidad metafísica de la educación pues «La teoría de la formación de hombres que denominamos pedagogía es parte orgánica de una imagen global del mundo, es decir, de una metafísica. La idea del hombre es la parte de esa imagen global a la que la pedagogía se encuentra vinculada de modo más inmediato.» (Stein, 1993, pág. 4). Así pueden existir errores a la hora de plantear la pedagogía, puede hacerse una pedagogía que no responda a las ideas del ser humano que se tienen, pero, sobre todas las cosas, es importante entender que no hay una propuesta de formación que no tenga la idea de hombre que se quiere alcanzar.

Dados los desafíos del tiempo moderno y los que, por su naturaleza, tiene la educación la meta de la pedagogía deberá mirar un horizonte cada vez más amplio donde pueda desarrollarse el ser humano, y convertirse en un ejemplo que devuelva la dignidad a la persona y reconstruya una civilización que se base, necesariamente, en la profunda naturaleza humana. La pedagogía misma necesitará de una mirada integral de sí misma, no puede permitirse en su desarrollo una aproximación superficial o instrumentalista de la misma, pues es «perfectamente posible que alguien se entregue a una labor educativa sin disponer de una metafísica elaborada sistemáticamente y de una idea del hombre amplia y desarrollada » (Stein, 1993, pág. 3). Este es un riesgo que no se puede correr.

Es interesante ver el desarrollo pedagógico de la cultura griega donde, con su Paideia se hizo un intento concreto por volver a las esencias universales, las verdades que subyacen en toda la realidad, para poder así desde las realidades individuales llegar a la esencia humana, el humanismo más puro. La pedagogía es entonces el camino mediante el cual la educación empieza a converger necesariamente sobre las bases de la naturaleza humana y se va haciendo cada vez más presente en la totalidad del ser.

Una pedagogía, por ende, debe ser puesta en práctica permanentemente, incluso por fuera de la institución educativa de tal forma que conduzca al hombre por un proceso de formación continua, donde, gracias a su libertad poseída pueda ir acercándose más a su identidad más auténtica. Así, en un dinamismo interno y externo, el ser humano se va plasmando cada vez más acorde con su naturaleza, más dispuesto con ella y por ende transmite una nueva mirada al mundo, una mirada que es transformante en la medida que cuestiona cada vez más la superficialidad y finitud de algunas prácticas de la cultura,  «el hombre, considerado en su idea, significa la imagen del hombre genérico en su validez universal y normativa...Los griegos adquirieron gradualmente conciencia clara de la significación de este proceso mediante aquella imagen del hombre y llegaron, al fin, mediante un esfuerzo continuado, a una fundamentación del problema de la educación más segura y más profunda que la de ningún pueblo de la tierra.» (Jaeger, 2001, p. 12)


[1] No una muerte como cesación de la vida sino como ruina paulatina de la misma.

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