¿Y si tan sólo soy un poco más cortés?



Desde hace algún tiempo vengo pensando en los encuentros. Los encuentros que nacen y se desarrollan entre personas. Recordaba Crash la película ganadora de tres premios Oscar, incluido el de mejor largometraje, en el 2006; en la cual, la vida de distintos ciudadanos de Los Ángeles, por diversas situaciones, chocaban, tenían una colisión. Una forma dolorosa y triste de encuentro pero no menos real.

Pensaba también en mis numerosos encuentros (o desencuentros) en el vertiginoso, y éste es un eufemismo, tráfico de la ciudad donde vivo, donde la subcultura reinante, el discurso de fondo se resume en una frase: “No me atrases, compadre, pues no me dejo atrasar”.  Pareciera que se nos ha olvidado qué significa y cómo se vive el encuentro y, por lo tanto, andamos chocando unos con otros.¡ Vaya mundo en el que estamos viviendo!

Las actitudes más sencillas parece que son cosa del pasado, saludar con un “buenos días”, dar el asiento a una persona que lo necesita, agradecer a quien nos sirve, sonreír a quien va por la calle. Es más, querido lector, lo reto a sonreír en la calle, sin razón alguna, a las personas que se van cruzando por su camino, veamos qué sucede.

En el fondo, creo que para los encuentros, para recuperarlos, para que sucedan, es bueno traer a la memoria –tal vez revivir- una virtud que hemos ido dejando encerrada en un lejano baúl. Me refiero a la virtud de la cortesía. De origen y uso antiguo ésta palabra se refería, o tiene su cuna, en la actitud propia dentro de la corte, es decir, una persona cortés era aquella digna de comportamiento frente a la corte del Rey y por ende la nobleza. Así pues, ser corteses nos ennoblece. La Real Academía Española define cortés como: Demostración o acto con que se manifiesta la atención, respeto o afecto que tiene alguien a otra persona.”  Imaginemos, juntos, por un momento, qué significaría andar por el mundo manifestando atención, respeto y afecto a otras personas, incluso los desconocidos.

Un segundo desafío, ser cortés, no sólo con mi familia –con quienes también cuesta serlo porque pareciera que damos su amor por sentado- sino, como diría Jesús, también con el desconocido, también con quien nos ha hecho daño. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores aman a los que los aman[…]Antes bien, amad a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad no esperando nada a cambio, y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo”(cf. Lc 6,32.35) la cortesía puede ser un primer paso para poder amar al prójimo y al desconocido como a uno mismo.

Dentro de mi biblioteca volví a dar con ésta cita de Peter Senge en su “La quinta disciplina”: “Entre las tribus del norte de Natal, Sudáfrica, el saludo más común, equivalente a nuestro ‘hola’, es la expresión ‘Sawu bona’. Significa literalmente ‘te veo’. Los miembros de la tribu responden diciendo ‘Sikkhona’‘estoy aquí’. El orden del diálogo es importante: Mientras no me hayas visto, no existo. Es como si al verme me dieras la existencia”. Para ser cortés, para que el encuentro realmente suceda, debo partir por ver al otro, maravillarme de su misterio, entender que, como Hijo muy amado de Dios, el otro tiene una dignidad propia y que yo la reconozco. Al ver a otro a un no yo debo partir por descubrir que su existencia ya ha hecho parte de la mía, de los más de siete mil trescientos millones de personas en el mundo (7.300’000.000) yo te he visto a ti, reconozco tu existencia y la celebro con una sonrisa, con un breve saludo, con una cortesía sencilla. Desde allí todo puede ser novedoso, creativo.

Desde hace algún tiempo vengo pensando en los encuentros. Los encuentros que nacen y se desarrollan entre personas. ¿Y si en vez de buscar el choque y la colisión para encontrarnos apostáramos todos por un hola, un gracias o un buen día? Tal vez, sólo tal vez, el mundo sería un poco mejor. Puedo ser así la chispa de felicidad en un día gris para cualquier persona y yo estaría dando los primeros pasos en recuperar una virtud que parece olvidada.

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