Ella y él
Tocó a la puerta
con mucha timidez, de forma trémula, casi desesperada. Insistía con mayor frecuencia, pero con la misma duda que lo embargaba cada
vez más. Volvía su mirada hacia las escaleras que había recorrido, pensaba en
regresar, olvidarse de aquella puerta, caminar sobre sus antiguos pasos. Tocó
la puerta por quinta vez.
Alejó su mano de
la puerta de madera, acomodó su sombrero de pana gris y se dio vuelta, con su
cabeza baja, con su robusta figura, con un rápido giro de sus pies. No hubo
dado un paso cuando la puerta se entre abrió, una luz se coló en el pasillo y
una delicada mano permitía que se abriera espacio suficiente para que él
siguiera. Poco sabía él que en ese instante su vida cambiaría.
Tomando su
sombrero y apretándolo nerviosamente entre sus manos ingresó al lugar y la
encontró a ella, de pie, mirándolo fijamente. Su mirada era tierna y profunda,
amical y transparente.
- –Espero no llegar demasiado
tarde, Señora, perdóneme usted si la he importunado – le dijo, dejando caer su
mirada y fijándose en sus pies desnudos.
- –Nunca es demasiado tarde –dijo
Ella- y por favor dime Mamá
Lo tomó entre
sus brazos y los cuarenta años del hombre le fueron arrebatados, se esfumaron
entre las lágrimas que corrían incontenibles en su rostro. Ahora, era tan solo
un niño en brazos de su madre y ella, como quien hubiese recuperado el más
grande de sus tesoros, jugaba con el pelo del neonato mientras le decía:
–Ya todo ha terminado, ya estás conmigo, ya
puedes descansar… no olvides que te amo.
La puerta se
cerró a sus espaldas mientras él abrazaba a su Madre; para siempre.
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